Crónica, Opinión, Personal

Voy al dentista, Pt. 2/ Dulces melodías de extracción

Me voy a morir aquí, en el consultorio del dentista como castigo por caer en lugares comunes.-

Cuando pensé que no podía existir algo más aprehensivo que yo, resulta que sí lo hay  y naturalmente sólo podía estar dentro de mí. Hablo de mi muela. Dios, qué dolor de cabeza tan aferrada. Ahí estaba, agarrada como nunca queriéndose ir de mi cavidad bucal desde las raíces.

“Hasta la raíz”, escuchaba a los doctores decir mientras el tamaño de las pinzas iba aumentando junto con la intensidad de la lluvia.

Aunque creo que fue un asunto de mujeres desde un principio. Antes de que entrara el dentista “Miguelito” a su consultorio, su actual pareja, -también doctora- Teresita, se aprehendió a la idea de que quería sacar el molar a la suyas.

Éramos tres mujeres en total junto con Julia la auxiliar, pero Teresita no parecía manejar la situación. Y yo que tenía tanta fe en ella. Y ni siquiera quería ser sexista sobre esto, pero se trataba de los brotes de sangre en mi boca y la anestesia insuficiente.

“¡NO-LA-QUIERO-ROM-PER!”, repetía Teresita con su joven ayudante a un lado mientras ponía fuerza en las pinzas. Otro piquete de anestesia. Y otro, por qué no. Sabe riquísima, como a lo que sabría el agua del río Sonora con todo y derrame de ácido sulfúrico de Grupo México.

-Híjole, se ve que va a llover -exclama Teresita que mira a la ventana con las pinzas en su mano aún en mi boca que estrujan la muela.

No puedo hablar, pero pienso que, quizás, ella no debería voltear a otro lado mientras jala con fuerza. Definitivamente no debería voltear a ningún otro lado.

-Ya está aflojando, eh -me tranquiliza la doctora de voz dulce y rasgos delicados a sus cincuenta y tantos, pero es bellísima.

Sí, sí, la siento floja. Sólo concéntrese bien, Somos tres mujeres en un cuarto, el consultorio desborda habilidades, así que enfóquese.

Traz. Se zafa la pinza de mi muela.

-¡Quiero a mi mamá! -confiesa en tono llorón Teresita.

Sí, sí, yo también la quiero, pero no estoy llorando. Venga, que sí se puede, que yo soy la que está aquí mal alumbrada con la boca sangrante, abierta y sin dolor.

Acto seguido, entra el doctor.

-No se te vaya a -CRAC- romper la muela -le sugiere en un tono tranquilo Miguelito a Teresita. Como restregando que sabía lo que ocurriría.

-No, no, no, Miguel. Entraste y se rompió. Iba bien, hasta que llegaste.

Un disco de The Supremes completo suena -de fondo-. La voz dulce de Diana Ross lo hace todo parecer tan rosa, tan suave. La lluvia se escucha de fuera. Parecía una piyamada realmente.

 Muela, por favor. Where did our love go?

Como una típica película retro, Miguel entra a salvar la situación, Teresita y su ayudante se apartan, Miguel se pone los guantes y entra en acción.

-La muela, la vamos a partir. Esa era la idea principal. A ti te gusta usar fósiles.

-Lo estaba haciendo bien hasta que llegaste. Usé esas pinzas porque no quería lastimarla mucho.

Te creo, Teresita, te juro que te creo y te aprecio por eso. Tú, bien arreglada, con tu peinado bien hecho que llevará ya horas, tus pulseras que te combinan, tu maquillaje acorde a tu edad me dan la confianza de alguien que no quiere dejar que el dentista sin el menor cuidado abra mi labio.

Ambos se reincorporan y comienzan a platicar sobre sus planes de fin de semana, como pareja que llega a verse a la casa tras una larga jornada de trabajo y platica tranquilamente. Como si no hubiera sangre de por medio y utensilios de tortura. La ausencia de los utensilios de tortura en su casa no me consta completamente. Ni la de la sangre, si a eso vamos.

-Mira, Julia, tráeme todas las pinzas. Esas usaste tú, esas no sirven para eso. Son éstas.

-Esas agarré -jura Teresita. Yo la vi. Tiene razón.

-Bueno, para otro tipo de casos sirven esas. Ahora no.

Ruidos de máquinas. “Vas a oír un crac”, me advierte Miguelito. Nada, no hay un crac, hay un trueno, pero definitivamente no hay un crac. Siento presión, francamente creo que me duele, ¿seguro que así se hace? ¿No tiene que aflojarla más? ¿Su lámpara alumbra bien? ¿Y si me arranca un nervio?

Luego se me olvida que estas personas han hecho más extracciones que el amor, así que me tranquilizo.

-Mira, ya se rompió.

-¿SIGUES?

-No te estoy diciendo nada, sólo te estoy enseñando que así era lo que quería hacer- responde Miguel.

Mi meta de jueves era precisamente no estar en medio de un dilema marital. Y mi muela no quiere salir. No era culpa de la doctora, ni de sus pinzas, la muela esta aferrada, toda hermosa como dibujo de escuela además de enorme.

“No te cases por el interés”

Yo tengo miedo, estoy segura que mi muela está tan fija que me van a arrancar un nervio. No sé si eso siquiera sea posible, pero en mi mente ese nervio está conectado con mi corazón y si lo extraen, me voy a morir.

Me lo advirtieron los del call-center del banco que me estuvieron llamando a mi celular para ofrecerme un seguro de vida y de paso el funerario, porque no garantizan nada. Me voy a morir aquí, en el consultorio del dentista como castigo por caer en lugares comunes.

Muela, por favor, sal, déjalo ir, ya no tenemos un futuro juntas, sólo me lastimas. Eres como ese virus del que habla Bjork en su canción.

Y la ironía está en que, justo el que yo sea aprehensiva me trajo hasta aquí hoy, al consultorio mal alumbrado lleno de pinzas. Si no fuera tan “intensa” como los chavos de hoy, no apretaría por las noches mis mandíbulas sin notarlo y no me habría trozado la muela con esa fuerza. Pero bueno, en lo que a mí respecta, me voy a morir hoy, aquí en abril.

Por lo pronto ellos están en otra conversación que no es la mía con mi muela, hablan sobre el pronto matrimonio de la ayudante Julia. Es tan joven, pero nadie le dice nada.

-Y me va a sacar de trabajar -presume.

-Ay, yo también ya no quiero trabajar -miente Teresita quien ama trabajar -me buscaré a alguien así. Yo le digo a mis hijas que nunca se casen por el interés, les digo que se casen, pero por el capital.

Todos ríen, la muela sale luego de unos jalones intensos.

-Tú no escuches lo que digo, estás anestesiada y todo es broma -me habla dulce Teresita.

-¿Qué parte? -le pregunto, a mí me dio risa el chiste, aunque no podía reír.

-Ya salió. Seguro no la quieres ver ¿verdad?-  Teresita subestima mi gusto por lo sangriento. Asiento.

La veo. Está fuera de mí, se me salió una parte del corazón también estoy segura; un ritual con sangre, pinzas de extracción y The Supremes de fondo es sin duda el tipo de ceremonia que querría para eso. Todo cursi.

Y me siento agradecida con los dentistas, creo que los amo. Por atenderme con tal disposición, en una tarde lluviosa, un jueves de abril, sus pláticas amenas, su manera de quitar el dolor. No pienso regresar.

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Voy al dentista

Me pregunto si todas las personas salen deprimidos del consultorio de su respectivo dentista.

Yo sí, siempre. Tengo muchas ganas de llorar, pero eso siempre pasa cuando vengo. Aún así sean buenos diagnósticos.

Sé que tenerle miedo al dentista es lo más típico o común y aún más todavía lo es narrarlo, como el cronista del dentista de García Márquez y no me comparo con el cronista y menos con Márquez. Mi punto es que, me gustaría decir que mi vida está libre de lugares comunes, pero de todos lados a donde podría caer únicamente ahí es donde voy. Es como esos campos magnéticos.

A  mí quizás me asusta mucho más la idea de enfrentarme a mis pensamientos, esos que se tropiezan entre otros cuando estoy acostada, en el asiento más común de los dentistas mientras una luz apunta a mí. Debe ser terrible ser dentista y tener un consultorio que desborde los lugares comunes.

El dentista y la doctora hablan entre sí y sé que mi corazón late más rápido y fuerte de lo normal porque todo el asiento -que es un gran sillón hidráulico con una lámpara arriba y mesita auxiliar -se mueve conmigo. Y ese llavero que se sostiene de la misma lámpara se mueve con el ritmo: tiene figura de dentista sonriente y se balancea fuertemente.

Suena en el fondo «Crystal Blue Persuasion»: se aprecia el gesto de que haya buena música en el consultorio, pero por qué mierda tienen que arruinar el momento con horribles términos. Es más, por qué tienen que usar términos terroríficos en voz alta como “destrucción masiva”. Doctor, le aseguro que no hubo una bomba atómica que arrolló a las masas que habitaban en mi boca. Y cosas como “carierígena”. Ver mi boca y decir “qué lástima, tan joven” como si no estuviera con vida y mi boca hubiera fallecido en un choque de avión.

E insisto, mis pensamientos superan por más el susto que me puede provocar cualquier término de dentista: me viene a la mente que quisiera que en esa sala estuviera alguien en específico ahí conmigo, diciéndome cosas lindas y sonriente. Ahora eso es escalofriante, es que acaso tengo que estar en una situación de aceleración extrema para pensar en ese alguien? Qué tontería.

Y de inmediato hasta me viene esa canción insufrible de Natalia Lafourcade “Ya no te puedo querer”. Todo esto, agolpándose en mi cabeza, debe tener un orden, por favor.

Siempre ir al dentista resulta un parteaguas en mis días: para empezar me alienta a salir a escribir todo lo que pienso. Estuve a nada de arrebatar la libreta de citas y recetario al dentista para no olvidar nada y ponerme a escribir, pero me contuve como también lo hice de llorar.

Siempre que el doctor balbucea las medicinas que debo tomar me pongo a pensar “ahora sí, voy a mejorar mi vida, la voy a poner en orden, voy a lavarme los dientes cuatro veces al día, bueno cinco, porque la vamos a mejorar. A hacer ejercicio, a cambiar mi dieta, mi rutina”, pero claramente hace falta una extracción de ocho muelas para que esté determinada a hacer todo eso de una buena vez.

Por algo se empieza y ya hice mi parte, en mi mente, de ir al dentista. Tan poco. Y es raro que no haga más uso de mi cepillo de dientes y violar mi boca con él, ya que en mi bolsa impuesta femenina traigo la libreta y la pluma en el mismo compartimiento que el cepillo de dientes y pasta para la ocasión. Pero aún en este mundo de computadoras, ya sabrán qué uso más sobre el otro.

Es graciosa la sensación, el pensar que todos tenemos que ir al dentista. No importa qué hagas, quién seas, el dentista siempre es el que nos ve con su lámpara poderosa y nos hace pequeños. Él no sabe que entrevisté ayer a un actor de Hollywood, la semana anterior a un Director nominado al Oscar, no le importa mi reciente conversación con un alto diplomático europeo. Lo mismo podría ser Nicolas Cage que el que corre el puesto de celulares piratas. No sabe, que es lo importante en ese momento, que estoy pensando en esa persona inimaginable para mí.

En eso se resume mi pésima vida romántica. Pero por algo estaba yo ahí sola y era el peor de los lugares en mi top cinco.

Pero no que los dentistas lo tengan fácil, debe ser extraño que la gente no quiera visitarte y tenga que hacerlo únicamente con todo el dolor del mundo. Lo mismo con ésa persona, creo que sólo cuando siento todo el dolor del mundo es cuando quiero ir a ella. Vaya bestia que soy.

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