Crónica, Opinión, Personal

Voy al dentista

Me pregunto si todas las personas salen deprimidos del consultorio de su respectivo dentista.

Yo sí, siempre. Tengo muchas ganas de llorar, pero eso siempre pasa cuando vengo. Aún así sean buenos diagnósticos.

Sé que tenerle miedo al dentista es lo más típico o común y aún más todavía lo es narrarlo, como el cronista del dentista de García Márquez y no me comparo con el cronista y menos con Márquez. Mi punto es que, me gustaría decir que mi vida está libre de lugares comunes, pero de todos lados a donde podría caer únicamente ahí es donde voy. Es como esos campos magnéticos.

A  mí quizás me asusta mucho más la idea de enfrentarme a mis pensamientos, esos que se tropiezan entre otros cuando estoy acostada, en el asiento más común de los dentistas mientras una luz apunta a mí. Debe ser terrible ser dentista y tener un consultorio que desborde los lugares comunes.

El dentista y la doctora hablan entre sí y sé que mi corazón late más rápido y fuerte de lo normal porque todo el asiento -que es un gran sillón hidráulico con una lámpara arriba y mesita auxiliar -se mueve conmigo. Y ese llavero que se sostiene de la misma lámpara se mueve con el ritmo: tiene figura de dentista sonriente y se balancea fuertemente.

Suena en el fondo «Crystal Blue Persuasion»: se aprecia el gesto de que haya buena música en el consultorio, pero por qué mierda tienen que arruinar el momento con horribles términos. Es más, por qué tienen que usar términos terroríficos en voz alta como “destrucción masiva”. Doctor, le aseguro que no hubo una bomba atómica que arrolló a las masas que habitaban en mi boca. Y cosas como “carierígena”. Ver mi boca y decir “qué lástima, tan joven” como si no estuviera con vida y mi boca hubiera fallecido en un choque de avión.

E insisto, mis pensamientos superan por más el susto que me puede provocar cualquier término de dentista: me viene a la mente que quisiera que en esa sala estuviera alguien en específico ahí conmigo, diciéndome cosas lindas y sonriente. Ahora eso es escalofriante, es que acaso tengo que estar en una situación de aceleración extrema para pensar en ese alguien? Qué tontería.

Y de inmediato hasta me viene esa canción insufrible de Natalia Lafourcade “Ya no te puedo querer”. Todo esto, agolpándose en mi cabeza, debe tener un orden, por favor.

Siempre ir al dentista resulta un parteaguas en mis días: para empezar me alienta a salir a escribir todo lo que pienso. Estuve a nada de arrebatar la libreta de citas y recetario al dentista para no olvidar nada y ponerme a escribir, pero me contuve como también lo hice de llorar.

Siempre que el doctor balbucea las medicinas que debo tomar me pongo a pensar “ahora sí, voy a mejorar mi vida, la voy a poner en orden, voy a lavarme los dientes cuatro veces al día, bueno cinco, porque la vamos a mejorar. A hacer ejercicio, a cambiar mi dieta, mi rutina”, pero claramente hace falta una extracción de ocho muelas para que esté determinada a hacer todo eso de una buena vez.

Por algo se empieza y ya hice mi parte, en mi mente, de ir al dentista. Tan poco. Y es raro que no haga más uso de mi cepillo de dientes y violar mi boca con él, ya que en mi bolsa impuesta femenina traigo la libreta y la pluma en el mismo compartimiento que el cepillo de dientes y pasta para la ocasión. Pero aún en este mundo de computadoras, ya sabrán qué uso más sobre el otro.

Es graciosa la sensación, el pensar que todos tenemos que ir al dentista. No importa qué hagas, quién seas, el dentista siempre es el que nos ve con su lámpara poderosa y nos hace pequeños. Él no sabe que entrevisté ayer a un actor de Hollywood, la semana anterior a un Director nominado al Oscar, no le importa mi reciente conversación con un alto diplomático europeo. Lo mismo podría ser Nicolas Cage que el que corre el puesto de celulares piratas. No sabe, que es lo importante en ese momento, que estoy pensando en esa persona inimaginable para mí.

En eso se resume mi pésima vida romántica. Pero por algo estaba yo ahí sola y era el peor de los lugares en mi top cinco.

Pero no que los dentistas lo tengan fácil, debe ser extraño que la gente no quiera visitarte y tenga que hacerlo únicamente con todo el dolor del mundo. Lo mismo con ésa persona, creo que sólo cuando siento todo el dolor del mundo es cuando quiero ir a ella. Vaya bestia que soy.

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